El ornitólogo del Conicet y la UNC ha detectado una disminución de las especies e individuos en los bosques tropicales y subtropicales de Sudamérica y se lo adjudica al calentamiento global.

A Manuel Nores (64 años) le parece que no debe contarse la forma en que despertó su pasión por las aves. Tiene más de 30 años como ornitólogo.
Ha recorrido la provincia, el país y América de Sur avistando y oyendo sus cantos, cada vez más escasos, asegura. Es investigador del Conicet y del Centro de Zoología Aplicada de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
Sobre el despertar de su vocación, sólo digamos que empezó con varias travesuras de niño. Luego de tantos años de trabajo, asegura que el 90 por ciento de la investigación ornitológica se realiza con binoculares, una libreta y un lápiz. Luego hay que relacionar esa información obtenida en el campo con la bibliografía sobre esas especies y otros estudios geográficos, geológicos y ambientales.
¿Qué ha descubierto Nores en sus años entre los pájaros? Mucho. Ha descripto subespecies en las sierras de Córdoba, ha determinado el mecanismo por el cual el Amazonas adquirió su exuberante diversidad, ha contado aves migratorias en Mar Chiquita que ya no se ven en esta laguna y ahora sospecha de que el cambio climático está dejando sin aves las selvas tropicales y subtropicales de América del Sur.
“Las selvas ya se parecen a desiertos ornitológicos. Cada vez hay menos aves. La pérdida de especies siempre se atribuye a acciones locales del hombre: pérdida de hábitat, la caza o captura, la contaminación con pesticidas, pero lo que he observado últimamente es que la disminución se está dando en lugares modificados, semimodificados y hasta en parques naturales, bien protegidos y conservados. Entonces, lo que pienso es que se debe a un cambio más global como el cambio climático, aunque todavía no he hecho estudios específicos.
–¿Cómo se podría confirmar esa hipótesis?
–Tengo un proyecto que quiero realizar con ayuda de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la UNC para confirmarlo en forma indirecta. Hace unos 25 años realicé censos en los parques Iguazú, Calilegua (Jujuy), Finca del Rey (Salta). Esos ambientes no han sido modificados para nada. La idea es ir de nuevo para ver que pasó en 25 años. En teoría, deberían estar iguales.
–¿Dónde observó estos “desiertos ornitológicos” por primera vez?
–En Iguazú, en 1998. Había estado 25 años antes en el mismo lugar. Aquella vez había visto 120 especies de aves, el 50 por ciento eran frecuentes o comunes y todo el día había actividad. La última vez, registré 48 especies de las que sólo vi uno o dos individuos de cada una y en el 80 por ciento del día no había actividad.
–¿En qué otro lugar observó esto?
–En ornitología se conoce como “big day” al día cuando un investigador observa más especies. El récord lo tienen dos investigadores de EE. UU., que vieron 330 especies en el Parque Nacional Manu, en el Amazonas peruano. En los tres censos que yo hice en el Amazonas –Amboró y Villa Tunari (Bolivia), y Cotococha (Ecuador)– hace poco tiempo he registrado entre 10 y 15 especies y con no más de 20 individuos.
Gajes del oficio. Por sus investigaciones, casi lo linchan en Ecuador hace tres años. Estaba observando aves en una zona cerca de un pueblo. El taxista que lo llevaba y traía ya le había advertido que despertaba sospechas.
Hasta que se enfrentó con un grupo de gente armada que lo acusaba de tráfico de órganos. Logró hablar con la maestra del pueblo y convencerla de que estudiaba la naturaleza “como en Discovery”. Al otro día, viajó sin pausa hasta Quito.
–¿Cuando no investiga, qué hace?
–Siempre he tenido hobbies . Ahora he incursionado en la carpintería. Hace cinco años, empecé a hacer juguetes de madera. Empezaron a ocupar espacio, entonces decidí hacerlos en forma plana, calados y pintados. Hago las imágenes de las adaptaciones que hizo Disney de los cuentos clásicos infantiles. Hace poco, Jorge Warde (reconocido dibujante de aves) me sugirió hacer un libro de pájaros. Yo no quería porque es algo que ya hice. Entonces, después le pedí que él ilustrara unos cuentos que escribí yo. Ya están casi listos para publicarse.
–¿Qué ave le gusta más?
–La más imponente de ver es el cóndor. Se habla de que está en peligro, pero no es así. Como vive en un hábitat bastante alejado del hombre, se conserva bien. Las grandes concentraciones son bellísimas, por ejemplo, los gansos cuando vuelan en bandadas, o los guácharos o pájaros del aceite. Viven en unas cavernas oscuras. En el atardecer, se activan y comienza un griterío bárbaro. Ya a la noche comienzan a salir. Los he visto en Venezuela y Perú. Son fabulosos.
–¿Y la más bella?
–No es una pregunta para un ornitólogo. Hay tantas… 10 mil en el mundo, tres mil en América del Sur y mil en Argentina. Y he visto tantas… Hay una familia de pájaros fruteros, en América, que todos tienen lindos colores y son vistosos. El Quetzal, en América Central, es muy bello. Pero a veces son más interesantes pájaros no tan vistosos. En la Pampa de Achala, hemos descripto subespecies muy interesantes, que sólo viven allí.
Entre estas especies identificadas por Nores figuran el canastero pálido, el gaucho serrano cordobés y la remolinera chica.
Sobre la diversidad ornitológica de Mar Chiquita, Nores aclara que la situación actual no es tan buena como hace 35 años. “Desde 1974 al 1977 fue su esplendor. Luego dejo de ser un punto de interés para las aves migratorias. La razón es el nivel alto que tiene la laguna, el cual no permite que se formen estuarios en la desembocadura de los ríos, y también la baja concentración de sal que tiene.
Pero Nores prefiere no adelantar más datos sobre el tema hasta tanto no se publique una investigación. Otro secreto más de este hombre de las aves.
.Nota de La voz del interior
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