En algún punto del Océano Pacífico, entre San Francisco y Hawai, una mole de basura gigante vaga al antojo de las corrientes, se le conoce como la Gran Mancha de Plástico. Según los oceanógrafos, una gran parte de la basura que se arroja a los mares va a parar allí.





Botellas de agua o de refresco, bolsas, precintos, juguetes y toda una gran gama de objetos derivados del petróleo forman ese monstruo que nadie sabe el tiempo que tardará en desaparecer. Si una bolsa de plástico tiene una vida media de unos ciento cincuenta años, ¿cuánto tiempo puede perdurar sobre las aguas del océano una montaña de cientos de millones de toneladas?
Como en la novela Moby Dick, no hay Capitán Ahab que pueda contra esta gran ballena de plástico. Se estima que puede abarcar una extensión de hasta el doble del territorio de Estados Unidos. Según los expertos, mientras no se pare el nivel indiscriminado de consumo de los derivados del petróleo esta mancha, en vez de disminuir, seguirá creciendo. El desastre lo descubrió Charles Moore, un oceanógrafo estadounidense que realizaba un viaje en barco.
Pero el Océano Pacífico no es el único que sufre este tipo de contaminación. En el Atlántico, ya han dado la alarma de que se está produciendo un fenómeno de características semejantes.
En el Mar Mediterráneo, hace ya unos años que la Organización Greenpeace denunció, en el informe Contaminación por plásticos en los mares del mundo, que el mar que fue lugar de encuentro de antiguas civilizaciones tiene parte de su fondo plastificado. Hay zonas en las que incluso no se puede ver porque está cubierto por varias capas de bolsas. Al año se arrojan al mar, según los estudios de la ONG, unos 6,4 millones de toneladas de basura, entre el 60 y el 80% son plásticos.
En esta carrera del consumo hacia ninguna parte, el hombre no sólo está agotando los recursos finitos, sino que está dañando todo el hábitat natural que le rodea. Estos plásticos –unos 13.000 pedazos por Km cuadrado, según el programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, PNUMA- son trampas mortales para la fauna que habita los mares. Hay biólogos marinos que han encontrado tortugas atragantadas con bolsas de plástico, tiburones con el estómago lleno de botellas o pájaros intoxicados, como el albatros, ese hermoso plumífero al que el poeta francés del XIX, Charles Baudelaire, llamó “príncipe de la nubes”. Así se podría seguir hasta llegar a las 267 especies afectadas.
Estos elementos químicos derivados del petróleo –moléculas bifeniles policlorados- contaminan las aguas, a los animales y a su flora, pero también llegan al ser humano en la lógica de la cadena alimenticia, e incluso afectan a los más pequeños a través de la leche materna. No hay quien se salve de esta contaminación globalizada.
Parece como si el hombre usara el mar como vertedero hasta encontrar la manera de llevar la basura a la luna. Aunque lo más lógico sería que se planteara con seriedad hasta cuándo va a seguir este expolio al que se ve sometido el planeta para poder seguir con este ritmo de consumo.
En algunos países ya se ha restringido el uso indiscriminado de bolsas de plástico en los supermercados. Ahora comienzan a venderse en vez de darse con cada compra. Los resultados han sido positivos y, aunque es un primer paso, no es suficiente.
Concienciar a través de campañas, usar vidrio, disminuir al máximo el uso innecesario de bolsas derivadas del petróleo y recuperar el uso de las bolsas de tela de toda la vida, son algunas propuestas de los colectivos más sensibles con este problema. Para ello, empresas y gobiernos tendrían que poner de su parte e incentivar a aquellos que se involucren en la reducción del consumo de plásticos. Hay fórmulas, pero también falta de voluntad y de educación ecológica.
La Gran Mancha de Plástico sigue en aumento. Pero las actuales políticas de los gobiernos persisten en sus modelos de crecimiento. Dirigen las sociedades como el capitán Ahab tripulaba su barco, conscientes de que Moby Dick tiene las de ganar. 


David García Martín - Periodista

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