La soberanía alimentaria, con sus planeamientos agroecológicos, sociales y de equidad de género, surge como un concepto político con potencialidad para aglutinar movimientos sociales
Aunque todo forma parte de un proceso histórico más amplio, es en estos últimos 20 años cuando se han creado las condiciones ideales para la expansión a lo largo y ancho del planeta de la agricultura intensiva y de un sistema alimentario globalizado, paradójicamente responsable del empobrecimiento de las áreas rurales, el aumento del hambre y el calentamiento del planeta, afectando de especial manera a las mujeres
En pleno siglo XXI casi 1.200 millones de personas pasan hambre, de ellas el 75% son población campesina y quienes mas la sufren son las mujeres y las niñas. Pero éste no es un problema de disponibilidad de alimentos sino de voluntad política e intereses económicos.
No deja de sorprender que mientras se producen algunas de las mayores cosechas de cereal el hambre en el mundo aumente en más de 100 millones de personas (2008). Tampoco es aceptable que en plena crisis alimentaria, las transnacionales que comercian con semillas, transgénicos e insumos químicos destinados a la producción agrícola hayan incrementado de forma vertiginosa sus beneficios (Ej. Monsanto aumentó sus ganancias un 45%).
Mientras el sistema alimentario industrial siga descartando la mitad de la comida producida por no ajustarse a las condiciones del mercado; mientras el pequeño campesinado siga perdiendo tierra a favor de la agricultura industrial; mientras sea mas importante alimentar coches que personas; y mientras la especulación bursátil haga subir artificialmente el precio de los granos básicos, uno de cada seis seres humanos seguirá pasando hambre.
La alimentación debiera ser un derecho humano pero se la está tratando sin ningún escrúpulo como un bien de consumo más, provocando hambre, incomprensiblemente, entre quienes producen los alimentos, y de forma mas grave sobre las campesinas de todo el mundo.
Las comodidades del mundo occidental en lo que a alimentación se refiere responden a unos determinados modelos de vida y consumo funcionales al sistema (individualismo, falta de tiempo, alejamiento del ámbito rural, concentración de servicios en grandes superficies, búsqueda de la felicidad en el consumo) y que ocultan la explotación de la naturaleza y de las mujeres en todo el planeta.
El movimiento feminista y de mujeres esta abriéndose un espacio en el mundo rural creando conciencia en las mujeres de su condición y posición subordinada y acompañándolas en el reconocimiento y ejercicio de sus derechos.
Desde occidente, en las ultimas décadas los grupos ecologistas y en especial desde el ecologismo social se ha cuestionado al sistema como depredador de recursos naturales no renovables que genera además profundas injusticias y brechas sociales entre Norte y Sur.
A su vez, el campesinado tradicional lucha por resistir frente a los agronegocios practicando una agricultura familiar a pequeña escala poco dependiente de insumos externos y respetuosa con el medio ambiente.
Por su parte, los Pueblos indígenas llevan miles de años practicando y defendiendo una visión de la vida, del mundo natural y de las relaciones entre los seres vivos (paradigma del Buen Vivir) donde las personas viven con un alto sentido de pertenencia a la comunidad, de respeto por todo cuanto existe y de armonía y equilibrio con la naturaleza, de la que se consideran parte y no dueñas.
La soberanía alimentaria, con sus planteamientos agroecológicos, sociales y de equidad de género, surge como un concepto político con potencialidad para aglutinar movimientos sociales diversos como el movimiento ecologista, el movimiento campesino, el movi- miento indígena y el movimiento feminista, bien por su vinculación con mujeres rurales organizadas, bien dentro de la corriente del ecofeminismo.
A menudo, los movimientos sociales vivimos y luchamos fragmentados, incluso enfrentados, concentrándonos en nuestras propias particularidades y demandas, pero nos falta una visión integral del mundo y tipo de sociedades a las que aspiramos. Es hora de caminar hacia la recuperación de la integralidad, sin eliminar o invisibilizar las particularidades pero buscando la articulación y diálogo entre movimientos.
Por ello, defendemos que a pesar de sus diferencias, todos estos movimientos sociales comparten una intención, la lucha por una vida digna donde las personas seamos el centro. Un nuevo modelo económico y social basado en una relación no instrumental con la Tierra y con las personas. Compartir esta intención con todas las personas y con las futuras generaciones implica aprender a vivir con criterios de austeridad; practicar nuevas formas de relación entre quien produce y quien consume; reconocernos no como propietarias de la naturaleza, sino como dependientes de ella; hacernos conscientes de que somos socialmente dependientes de otros seres humanos, que necesitamos recibir cuidados y que todas y todos somos responsables de prodigar cuidados a otras personas y a la naturaleza; y que vivir esta reciprocidad significa amar la vida, esa que merece la pena ser vivida.
Como decía Benedetti «¿Qué pasaría si un día despertamos dándonos cuenta de que somos mayoría?». Sería ilusionante que hoy no fuese un día de lucha sólo para el movimiento campesino, sino que fuera sentido por el resto de movimientos como parte de nuestras agendas -y viceversa- para la construcción de ese mundo que todas y todos anhelamos.


Fatima Amezkua Mugarik Gabe
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